El origen de esta expresión nos lleva a la Francia de mediados del
siglo XVIII, concretamente al año 1739, cuando Luisa Isabel de Francia,
hija de Luis XV, preparó su fiesta de despedida de la corte francesa
para dirigirse a España para vivir con su esposo, el infante Felipe,
hijo de Felipe V. El cocinero elegido para la ocasión fue Jean-Luc
Sagnol, que había forjado su fama en Marsella en los años anteriores.
Cuentan que Sagnol prometió a Luis XV la mejor sopa de ostra y bogavante
que un monarca francés hubiera probado hasta entonces. El día de la
ceremonia se había extendido la voz sobre el plato que estaba preparando
Sagnol y la expectación era altísima. Llegado el momento del primer
plato, Sagnol anunció la sopa con un discurso grandilocuente, donde
exaltaba todas las virtudes de una receta en la que había trabajado
catorce años. Después se produjo un hecho que nunca nadie ha sabido
explicar. Cuando Sagnol volvió a la cocina para poner la sopa en los
platos, la olla donde se hallaba había desaparecido. Parece que se trató
de algún tipo de complot de los pinches, a los que Sagnol había tratado
con especial dureza en aquellos días, pero lo cierto es que nunca se
pudo demostrar y que la olla jamás apareció, ni siquiera vacía. Con su
carrera completamente arruinada por este hecho, Sagnol entró en un
estado de enajenación mental, salió al salón y acercándose al rey le
dijo riendo: “
Majestad, se me ha ido la olla“. Luis XV,
sintiéndose engañado y burlado por la risa del cocinero, montó en cólera
y lo mandó arrestar. Mientras los guardias se lo llevaban fuera del
palacio Sagnol no dejaba de gritar de manera histérica “
se me ha ido la olla, se me ha ido la olla“.
La historia se propagó rápidamente por Francia y desde entonces la
expresión “irse la olla” se asocia a personas que han enloquecido o que
hacen cosas sin sentido.
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